miércoles, 20 de agosto de 2014

Deshagamos
                 Desoyamos
                                   Venzamos
las imposiciones sociales.
Bailemos
por
la
calle
Besemos
a
miles
dedesconocidas
Asomémonos
a
sus bocas
Miremos,
              elijamos,
                           valoremos
aquello
que
nos guste.
Situémoslo
                              entre
la campanilla                         y la lengua.

 T
   R
     A
        G
           U
             E
               M
                  O
                     Sin agua.

miércoles, 30 de abril de 2014

Vigilis

Se despertó cuando su cabeza chocó con el tablero de la mesa y el cigarro cayó al suelo. Llevaba dos días sin dormir, ocupado en sus exámenes y sus ojos se habían cerrado por su propio peso. Trató de apartar los vasos vacíos, con secos posos de café de sus apuntes y seguir leyendo, pero no pudo y tropezándose con todo lo que había en la habitación, se dejó caer en la cama. Tuvo la suficiente voluntad de poner una alarma tres horas después y quitarse los zapatos.

Era una habitación normal, amplia para ser un piso de estudiantes, con una gran ventana que ocupaba lo mismo que la cama. El ambiente estaba cargado, lleno de humo y olor a café, lo cual no ayudaba a relajarse, el olor de la presión. Se metió entre las mantas y justo cuando estaba abandonando su mente a la suerte del subconsciente, unas palmadas le hicieron sobresaltarse. Inmediatamente se incorporó, sin encender la luz, y tras cinco minutos escudriñando la oscuridad decidió que había sido una invención de su mente, que estaría entrando en sus sueños. Esta vez dio la espalda a la puerta, poniéndose de cara a la ventana, situación en la que nunca, desde niño, se había sentido cómodo. Entró en un estado de somnolencia en el que tenía la postura perfecta pero se sentía vigilado, como si alguien desde la puerta lo estuviese mirando. Entreabrió los ojos y en el reflejo de la ventana, asistió al inquietante movimiento de una sombra tras él. Esta vez su cuerpo no le dejó moverse, siquiera abrir más los ojos. Asumió pues que estaba en el mundo de los sueños, y que esta molesta capacidad de pensar dormido sería un efecto secundario de las bebidas energéticas que tenía acumuladas en el organismo.

Entonces, cuando su mente se quedó totalmente quieta, a la par que su cuerpo, un murmullo inundó la habitación. Su mente volvió a aclararse, y dedujo que si esto era un sueño podría levantarse e ir a mirar que pasaba. Lentamente y con pesar se incorporó e intentó ver algo a la luz de una luna que se acababa de ocultar tras las nubes, las voces habían parado por lo que volvió, insatisfecho y pensando en el examen del día siguiente, al lecho.

Pensó que habría pasado una hora, pero el tiempo fuera de la vigilia es difuso e indefinible, cuando volvió a escuchar los murmullos. Eran dos chicas quienes hablaban y solo alcanzó a entender dos o tres palabras sueltas a las que no encontraba sentido alguno, tras cada frase las voces reían. Abrió los ojos y un grito se ahogó en sus labios. Una forma enorme y amenazante estaba sobre él, grisácea, y riendo se comenzó a disipar saliendo así por la ventana. Miró entonces por la ventana, sin creer lo que estaba viendo, una nube que parecía ocupar la totalidad del cielo, le observaba. Y volvieron lo murmullos, esta vez más claros y altos.

-¿Lo hará? ¿Tú que dices hermana?

-Parece idiota, ese no se entera de nada. Dejemosle y busquemos a otro.

Y risas, muchas risas como ménades nobles. Parecían que las voces provenían de las nubes pero deshechó la idea por imposible, y ya se estaba girando hacia la cama cuando una luz lunar, magnificente, entró por su ventana. Provenía de una enorme nube que estaba tomando forma. ¿Habéis visto las pinturas de Goya? Pues ese ente adoptó la posición de Cronos y la forma esperpéntica de un dragón, con piernas saliéndole de la boca, y personas atrapadas entre sus manos. Una imagen fascinante y terrible, que cada vez se acercaba más a su ventana, acarreando con ello que los murmullos cada vez fuesen más numerosos e inentendibles. Parecía que éstas le hablaba, y tratándose de un sueño, no había por qué temer a nada, y tras sacar estas rápidas conclusiones abrió la ventana. El frío de la madrugada entró con fuerza aunque fue en lo que menos reparó, tenía la cara totalmente iluminada y los ojos vacíos, una sonrisa se dibujaba en su rostro mientras repetía una y otra vez "Ya voy". Los murmullos habían cesado, espectantes, y algo que le imposibilitaba razonar le repetía en su cabeza, "es un sueño, disfrutalo". Así pues respiró hondo y salió a la cornisa. Allí un torbellino de colores grisáceos lo atrapó, él, sonriente, se sentía libre.

Entonces fue cuando empezó a desfigurarse, parecía que partes de si mismo se separaban de su cuerpo, salían de sus labios, orejas, y todas las extremidades y formaban un etéreo epílogo de si mismo. Unidos de la cintura para abajo, el ser comenzó a abrazarlo, a decirle cuánto lo echaba de menos mientras él lo observaba fascinado sin pronunciar palabra. Al separase del todo, a la oscura entidad le surgió una extraña cabeza, parecida a la de una cabra.

-¿Quién eres?

-¿Quién eres? - Repitió el ser, divertido.

-No hagas eso.- La cara de él se estaba contorsionando, empezando a transformarse en la del ser.

-No hagas eso.- Y comenzó a reír con las voces femeninas que antes adornaban su cuarto.

-¿Eras tú? ¿Quien eres?- Ahora estaba agotado, desollado, queriendo gritar.

- Soy Abraxas, el demonio de la mentira y el engaño. Y tú, también.

Irracionalmente, se lanzó al cuello del ser, buscando una salida de esa peligrosa cornisa. Sin embargo el ser, esquivo, se deshizo nada más tocarle con las llemas de los dedos, para reconstruirse justo detrás suya. Agarrado a su cuello.

- ¿Te crees muy listo? ¿Acaso sabes dónde estas?- Entonces se rió, y se rió tan fuerte que las paredes temblaron, que toda la máscara se abrió en dos para dejar lugar a esa enorme e irrefrenable boca, que reía y reía.

Intentando escapar, deshacirse del demonio, ordenaba a sus piernas moverse pero no le obedecían. Se decía en su cabeza, que si todo esto era un sueño podría hacer con él lo que quisiera, porque sería su sueño. Hacía por despertarse y no podía. Había perdido todo control sobre sí mismo, se dijo entonces que solo le quedaba esperar a que el despertador sonara. Como si hubiese estado escuchando sus pensamientos, el ser, abriendo mucho los ojos, ladeó la cabeza acercándola a la suya hasta quedar completamente pegadas.

-Ah no no, eso si que no mi querido bebé- Dijo riendo el ser, mientras le acariciaba la barbilla. Tratándolo como a un infante.- ¿De verdad crees que las cosas son tan fáciles?  Te propongo un juego.- Dijo mientras movía todo su cuerpo fuera de la cornisa, sosteniéndolo por el cuello.

Miró hacia abajo y metros y metros de oscuridad parecían estar dispuesto a acogerle, siempre había tenido vértigo y la caída interminable era una de sus pesadillas más frecuentes. El ser divertido le dio un último beso.

- ¿Crees en los sueños?- Y diciendo esto lo soltó.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

No encontrar ya en la soledad
el veneno,
sino el amante.

Verlos vivir, reir
para perecer una en sintonía.

No hay nada más dulce,
más de sufragista,
que pintar la raya alrededor del ojo,
rojo,
rojo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Espuma de afeitar.

Frente al espejo del baño adosado a la habitación de matrimonio acontecía uno de los momentos de los que todo padre se enorgullece; iba a enseñar a su hijo a afeitarse por primera vez.

-Lo haremos con navaja, como debe de ser. Esas cuchillas de hoy día no dan el resultado que nosotros queremos ¿A que no, hijo?- Dijo el sonriente señor que rondaba los cincuenta años. Se había quitado la corbata y desabrochado la camisa hasta el quinto botón. Era un hombre delicado y controlador, y como tal, había preparado las dos navajas, los tarros de espuma cuidadosamente colocados a sendos lados y una toalla ya húmeda para despúes. Amén de todas las tiritas que sin duda necesitaría Héctor. Sonrió para sí recordando la vez que su padre le enseñó a hacerlo.

- No Papá.- Respondió taciturno. El joven era todo lo contrario a su padre, desastrado y sin ningún tipo de ambición aparente salvo pasar las horas en su habitación en compañía de sus libros. No le hacía ninguna gracia tener que hacer esto con su padre, pero él había insistido tanto...-Menudo cabronazo. - masculló entre dientes.

- Pero vamos, quítate la camiseta o la mancharás. Aunque quizás eso no estaría mal... - Murmuró mirando con desprecio la raída camiseta negra con la imagen de un grupo de rock en el centro.- Bueno, allá vamos. Coge esto... y esparcelo por el lado derecho...

Héctor así lo hizo tras quedarse semidesnudo. La espuma le trajo el olor que de pequeño le gustaba disfrutar al abrazar a su padre. - Qué tiempos.- Pensó irónicamente. No se llevaba bien con su padre, con nadie en realidad. Era un chico que vivía interiormente, para sí... y a veces ni siquiera eso.

Lentamente y con cuidado, el padre fue rasurando el lado derecho de su propia cara para que su hijo lo viese todo. Como poner la hoja, en qué partes prestar más atención, y qué hacer si te cortabas. - Con las navajas no se juega. - Repetía cada dos frases. -¿Lo has entendido todo? ... Bien, ahora tú.

Y Héctor así se predispuso. Mancilló su cara con más espuma de lo normal, la cual le confería un aspecto bastante gracioso al que ninguno de los dos hizo la más mínima referencia. Tras esto, cogió con delicadeza, casi veneración, el ligero instrumento y se lo llevó a la cara. Consiguió afeitar la la primera tira sin incidentes, pero cuando había comenzado la parte más pegada a la nariz el timbre del teléfono ocasionó el sobresalto de su padre lo que quedó traducido en una fina línea del brillante líquido bermellón.

- Ahora vengo, ya sabes lo que tienes que hacer con ese rasguño.- Dijo el padre saliendo por la madera de roble recientemente barnizada.

Pero Héctor no se movió. Ni un sonido salió por sus labios. Sólo miraba su reflejo. Un chico desgarbado y cubierto de espuma le devolvía la ansiosa mirada, las gotas de sangre comenzaban a resbalar por su mejilla. Hipnotizado, se acercó al espejo para verlas correr más de cerca. La belleza de sus brillos y su gama de color lo cautivó por completo, como nunca nada antes lo había hecho.

Como si formasen una hermosa melodía a la que le faltan notas, bailaban en su cara. Reclamándole más. Y la navaja volvió a hundirse en su carne. A lo lejos oía a su padre dicutir por el trabajo.Pero nada llamaba más su atención que aquellas cálidas gotas a las que no paraban de unirse más. La geometrización lineal de su cara parecía un epígrafe de las vanguardias.- Arte.- Susurró.

Y así continuó rajando cada uno de los puntos con los que su padre le había aconsejado extremo cuidado. Todo parecía tomar sentido. Incluso la languidez y despiste que lo caracterizaban habían desaparecido. El calor corporal latía con más fuerza que nunca en sus sienes y su pecho. Se sentía lleno cuanto más vacío se iba quedando. Cuando en la cara no le quedó más hueco, las líneas curvas esta vez fueron tomando su pecho. De vez en cuando arrastraba la llema del dedo por uno de los múltiples afluentes para agilizar el caudal. La sangre estaba empezando a caer al suelo y su padre pronto volvería al baño. El linóleo suelo blanco lo delataría todo, de eso estaba seguro.

Entonces no supo nunca si el mareo, la pérdida de sangre o simplemente esa misma, le empezó a llamar desde una arteria del cuello que latía desenfrenada. Sinuosamente surgía en la clavícula y el grosor indicaba toda una gran explosión artística.

Lo sacó de su ensimismamiento el grito horrorizado de su padre que miraba aquel espectro sanguinoliento desde la puerta. La cara a medio afeitar del viejo y sus múltiples venas sacaron el instinto animal más antiguo y torciendo el cuello en una posición analítica, se acercó lentamente al hombre que paralizado no podía desviar la mirada. En unos segundos de síntesis reconoció el chico todas las fuentes de sangre que veía frente a él y se abalanzó hundiendo la fina navaja con empuñadura de plata en el cuello de su padre.

Cuando estuvo satisfecho de su obra y seguro de que ya nadie le importunaría, se puso frente al espejo y silvando una suave melodía de AC/DC siguó el contorno de la vena que transportaba más cantidad de sangre al cerebro.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Psiquis

El sonido de los pasos acercándose a la habitación hizo al anciano detenerse. Lentamente, con la tranquilidad propia de a quienes la prisa no les augura nada bueno, levantó la mirada del interesante libro que estaba leyendo y lo cerró, poniéndolo en la mesilla que tenía a su derecha. Mientras los pasos giraban la esquina del silencioso corredor se quitó los anteojos y comenzó a limpiarlos. Para ese momento ya asomaba por la puerta una rizada melena rubia que sonreía sin cesar.

- Hola abuelo - Dijo mientras se inclinaba a darle su beso matutino- ¿Cómo estás hoy?

- Un poco más muerto, cariño, ¿cómo voy a estar?

- ¡Como yo entonces! - Sonrió la chica.

-Algo así... Acércame esa maleta, ya sabes que no me dejan levantarme de la cama. -Contestó el viejo tediosamente.

La joven, de unos diecisiete años, se levantó de la esquina de la cama donde estaba sentada y atravesó la habitación de muebles de madera de roble para llegar a un imponente armario abierto de par en par. Allí cogió la pesada maleta, no más grande que un neceser, y se lo llevó por el otro lado de la cama de matrimonio. Dejándola caer bruscamente.

- Tssss, ten cuidado Mónica. Aquí guardo algo muy importante.

- ¿Qué es?- Preguntó abriendo los brillantes ojos- No será un cuchillo y me irás a trocear para luego esconder mis pedazos o convertirme en un horrocrux ¿no? No creo que mi madre se pusiese muy contenta contigo, lloraría... creo. - Dijo dejando entrever ese toque de crueldad morbosa que la caracterizaba desde niña.

- Aún no.

- Qué pena.

- Apaga la luz.

- No.

- Ve.

- Bueeeeeeno.

Fue lentamente hacia el interruptor, que se encontraba en el largo pasillo, y al pulsarlo, la lágrima que jugaba en su lagrimal, comenzó la carrera. Muchas trataron de seguirla, pero ella no se lo permitió. Su coraza infantil y desenfadada que mostraba con su abuelo, era lo más falso que había aspirado a crear. La enfermedad también la estaba matando a ella, o al menos a su ingenuidad. El dolor de verlo tumbado e incapacitado de usar sus piernas era lo que la hacía ver el mundo terrenal, el de fuera de esa habitación, un completo absurdo.

Entró volviendo a tener la careta. Jugando con la sonrisa como ella quería.

-Ahora ¿qué?

- Ahora déjale salir.- Mónica se quedó desconcertada unos segundos, los que tardó en escuchar el contínuo golpeteo que salía de la maleta.- No te hará daño, al menos a ti no.

-No quiero que te dañe a ti.- Pero se acercó a la maleta y se la llevó al oído. La maleta se iluminó produciendo un calor que la adormeció. El cosquilleo la recorrió desde las yemas de los dedos hasta el pecho. Donde pareció encontrar su lugar. Nunca había sentido algo tan placentero, y una paz la inundó como cuando eres pequeño y tu padre te lleva en brazos a la cama. - Uff, ¿Qué es esto, abuelo?- Ahora sus ojos estaban iluminados.

-Nunca se sabe lo que es, hasta que lo abres. Ahora escúchame bien. Voy a morir.No, no digas nada..- Dijo haciéndole cerrar la boca que había intentado decir algo. La habitación se oscureció como si el ocaso los hubiera sorprendido. - Todos morimos. Yo quiero morir. Y quiero que tú mueras. - La cabeza del que había sido un anciano hasta el momento empezó a alargarse y alargarse dejando a la vista un cráneo que desgarraba las entradas del cabello para salir con fuerza de todas las partes de la piel.

-¿QUE PASA? - Chilló histéricamente Mónica.- ¡ABUELAAA! ¡ABUEEELA! - Continuó chillando hasta llegar a la puerta, que se cerró de pronto, como si una corriente de aire la hubiese atrancado. Se giró entonces en redondo, intentando tantear y buscar un interruptor, pero sintió un racimo de huesos en forma de mano que se posaban en su hombro. - ¿Qué eres?- Le dijo girándose al incipiente cráneo vetado de sangre en el que se había convertido su abuelo.

- Lo que todos ansiamos ser. Sólo tengo que terminar de desprenderme de la piel, y tú me tienes que ayudar. Toma esta navaja, la piel se me esta cayendo, solo tienes que ayudarla. ¿Lo harás?- Imploraron unas oscuras cuencas que habían albergado los ojos.- Ya deja de temblar, soy yo. Ayúdame una última vez. Sino te tendré que matar a ti también.

Entonces el alargado esqueleto se sentó en el taburete forrado en terciopelo en el que solían sentarse las visitas y se quitó la bata que le hacía conservar su aspecto humano. Este acto le dejó a Mónica un paisaje desolador, la poca piel que quedaba en ese escabroso cuerpo estaba cayéndose y cubierta por gusanos peludos y morados, que devoraban sin parar los restos de su abuelo, engordando e hinchándose cada vez más. Mónica enloqueció de dolor y soltando alaridos contínuos hincaba una y otra vez la navaja y mataba a los insectos que explotaban derramando un intenso líquido rojo.

- ¡Así! ¡Así pequeña! - Reía a estridentes carcajadas el ser, que ahora se encontraba cubierto de sangre, carente de humanidad. La última carcajada se cortó en mitad, cuando Mónica le hincó la navaja en la cuenca del ojo izquierdo. -No pienses por ti misma, sólo haz lo que yo te ordeno. Ahora tira de las pieles con las manos.

 Y Mónica así lo hizo, el jirón más próximo era el que surgía de la clavícula, y se aferró a él con un deje de satisfacción. Entonces comenzó a tirar. Mientras tiraba no podía dejar de reír, la sangre salía a borbotones y le manchaba la camiseta, la cara, pero ella no paraba de quitarsela. Para cuando se dió cuenta ya estaba en el pié, y la piel se había convertido en un enorme gusano morado y verde que se enroscaba en su garganta.

-Ayúdame... - Intentó chillar entre forcejeos- Ay..u..  da - Susurraba entre exhalación y exhalación.

- Ya te estoy ayudando, cariño- Dijo la voz de su abuelo- Déjame terminar.- Cuando el gusano giró su cabeza y la dirigió a ella tenía también su cara.- Yo solo quiero el bien para ti, pequeña.- Y el eterno bicho que ahora inundaba la sala la apretó con más fuerza.

Desesperada, buscó con la mirada un hueco, un error en el que buscar una salida. Entonces vió el brillo de la hoja de la navaja suiza que su abuelo le había regalado cuando tenía seis años y la asió con fuerza. Hincarla la primera vez en el correoso cuerpo fue lo más difícil, las siguientes hendiduras casi fueron mecánicas, el corte de las patas fue placentero. Degollarlo... la sumió en un morboso éxtasis que jamás antes había sentido. Cuando dejó de escuchar el contínuo repiqueteo de un corazón que lucha, sonrió. Y entonces la luz volvió a la habitación. Ella comenzó a reír, y reír... como las sirenas de Ulises reía, y habría empezado a cantar de no ser por un doloroso lamento que retumbó por la habitación; la puerta estaba abierta. Una bandeja con lo que sin duda era una copiosa merienda resbaló rompiéndose en el suelo. El tintineo de los cubiertos hizo a Mónica volver a la realidad y mirar a su abuela que la miraba horrorizaba. Aunque ella no alcanzaba a saber por qué; acababa de salvar a su abuelo.

Entonces no tuvo más que mirar hacia abajo, y ver entre sus brazos el destrozado cadáver del anciano.

lunes, 24 de junio de 2013

La relatividad del conocimiento.

Andábamos por la calle; ella me agarraba muy fuerte de la mano. De pronto paró en seco, haciéndome parar a mi también.- Ahora me abrazará por los hombros.- Pensé, y así fue. Luego seguimos andando hacia la tienda de zapatos.- Preguntará los precios de algunos para luego salir quejándose de sus padres -Y volví a acertar. Al sentarnos en un banco, supe que se inclinaría hacia mi y me besaría acariciando mi espalda con la mano que no tendría hundida en mi pelo. Ella así lo hizo.
Luego, se recostó en mi, quedando bellísima a lo largo del banco y bajo el sol de medio día entreabrió los labios, y mi cerebro, adelantándose a su pregunta, respondió:
-No, no nos conocemos.
Ella sólo sonrió. Los misterios parecen más románticos.

lunes, 3 de junio de 2013

A ella.

TE ECHO DE MENOS.- Quería chillarle. Pero seguía allí, tirada en una esquina de la habitación, escuchando sus canciones en silencio. - Te quiero- susurraban una y otra vez  mis labios.

Es el momento en el que se postra la realidad ante tí, y entonces, toda blanca, pone su mano sobre tu corazón y aprieta. Aprieta hasta dejar que sólo el mínimo y necesario oxígeno para seguir vivos llegue a los pulmones, como queriendo cortar el riego de sangre.  Para que así dejen de pasar los sentimientos. Pero eso no se consigue tan fácil, y aunque parezca que todo fluye, lo que hace es acumularse, esperar el momento justo para saltar y atraparte. Y puede ser cualquier cosa el detonante, pero ese hedonismo, que parecemos disfrutar, siempre desaparece.

Es una presa, SOMOS una presa. Presas que dan agua a miles de personas y que en algún momento el ciclo del agua a a vencer, porque no son naturales. Entonces bozan, llenas, inquietas y traslúcidas convierten los alrededores en un mar emergente de escombros y desamparo.

Todo parecía ir bien, y fue una gota, quizás dos, las que hicieron que el muro cayese, que la ola, rugiendo histérica, lo destrozase todo. Pero era lo que cabía esperar. Y ahí te quedas, en un rincón viendo como el tsunami se dirige hacia tí, sentada frente a ella. Ponerte cómoda y esperar el choque, eso queda. Lo mejor que podríamos hacer en esos momentos es alzar la mirada, la traslucidad, el juego de luces sobre el agua, es de lo más bonito que hay. Ya que te va a matar, por lo menos disfruta y deja que te lleve, que la tromba de agua inunde tus pulmones, moje tu ropa y te haga dar vueltas y más vueltas. Cortándote la respiración, transportándote con su colérica suavidad hacia las rocas, la orilla en la que te hincarás piedras, guijarros, en la que te chocarás y sangrarás. Pero es la misma en la que sacarás la cabeza y respirarás.

 Todo esto ya lo sabía, lo esperaba con ansia; soy de las que piensan, de las que se ahogan en un momento u otro. Pero esto no cambia que me cueste menos salir a flote, sobre todo cuando lo que echo de menos, son sus brazos a mi alrededor, su clavícula. A ella.