lunes, 3 de junio de 2013

A ella.

TE ECHO DE MENOS.- Quería chillarle. Pero seguía allí, tirada en una esquina de la habitación, escuchando sus canciones en silencio. - Te quiero- susurraban una y otra vez  mis labios.

Es el momento en el que se postra la realidad ante tí, y entonces, toda blanca, pone su mano sobre tu corazón y aprieta. Aprieta hasta dejar que sólo el mínimo y necesario oxígeno para seguir vivos llegue a los pulmones, como queriendo cortar el riego de sangre.  Para que así dejen de pasar los sentimientos. Pero eso no se consigue tan fácil, y aunque parezca que todo fluye, lo que hace es acumularse, esperar el momento justo para saltar y atraparte. Y puede ser cualquier cosa el detonante, pero ese hedonismo, que parecemos disfrutar, siempre desaparece.

Es una presa, SOMOS una presa. Presas que dan agua a miles de personas y que en algún momento el ciclo del agua a a vencer, porque no son naturales. Entonces bozan, llenas, inquietas y traslúcidas convierten los alrededores en un mar emergente de escombros y desamparo.

Todo parecía ir bien, y fue una gota, quizás dos, las que hicieron que el muro cayese, que la ola, rugiendo histérica, lo destrozase todo. Pero era lo que cabía esperar. Y ahí te quedas, en un rincón viendo como el tsunami se dirige hacia tí, sentada frente a ella. Ponerte cómoda y esperar el choque, eso queda. Lo mejor que podríamos hacer en esos momentos es alzar la mirada, la traslucidad, el juego de luces sobre el agua, es de lo más bonito que hay. Ya que te va a matar, por lo menos disfruta y deja que te lleve, que la tromba de agua inunde tus pulmones, moje tu ropa y te haga dar vueltas y más vueltas. Cortándote la respiración, transportándote con su colérica suavidad hacia las rocas, la orilla en la que te hincarás piedras, guijarros, en la que te chocarás y sangrarás. Pero es la misma en la que sacarás la cabeza y respirarás.

 Todo esto ya lo sabía, lo esperaba con ansia; soy de las que piensan, de las que se ahogan en un momento u otro. Pero esto no cambia que me cueste menos salir a flote, sobre todo cuando lo que echo de menos, son sus brazos a mi alrededor, su clavícula. A ella.

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