sábado, 14 de septiembre de 2013

Espuma de afeitar.

Frente al espejo del baño adosado a la habitación de matrimonio acontecía uno de los momentos de los que todo padre se enorgullece; iba a enseñar a su hijo a afeitarse por primera vez.

-Lo haremos con navaja, como debe de ser. Esas cuchillas de hoy día no dan el resultado que nosotros queremos ¿A que no, hijo?- Dijo el sonriente señor que rondaba los cincuenta años. Se había quitado la corbata y desabrochado la camisa hasta el quinto botón. Era un hombre delicado y controlador, y como tal, había preparado las dos navajas, los tarros de espuma cuidadosamente colocados a sendos lados y una toalla ya húmeda para despúes. Amén de todas las tiritas que sin duda necesitaría Héctor. Sonrió para sí recordando la vez que su padre le enseñó a hacerlo.

- No Papá.- Respondió taciturno. El joven era todo lo contrario a su padre, desastrado y sin ningún tipo de ambición aparente salvo pasar las horas en su habitación en compañía de sus libros. No le hacía ninguna gracia tener que hacer esto con su padre, pero él había insistido tanto...-Menudo cabronazo. - masculló entre dientes.

- Pero vamos, quítate la camiseta o la mancharás. Aunque quizás eso no estaría mal... - Murmuró mirando con desprecio la raída camiseta negra con la imagen de un grupo de rock en el centro.- Bueno, allá vamos. Coge esto... y esparcelo por el lado derecho...

Héctor así lo hizo tras quedarse semidesnudo. La espuma le trajo el olor que de pequeño le gustaba disfrutar al abrazar a su padre. - Qué tiempos.- Pensó irónicamente. No se llevaba bien con su padre, con nadie en realidad. Era un chico que vivía interiormente, para sí... y a veces ni siquiera eso.

Lentamente y con cuidado, el padre fue rasurando el lado derecho de su propia cara para que su hijo lo viese todo. Como poner la hoja, en qué partes prestar más atención, y qué hacer si te cortabas. - Con las navajas no se juega. - Repetía cada dos frases. -¿Lo has entendido todo? ... Bien, ahora tú.

Y Héctor así se predispuso. Mancilló su cara con más espuma de lo normal, la cual le confería un aspecto bastante gracioso al que ninguno de los dos hizo la más mínima referencia. Tras esto, cogió con delicadeza, casi veneración, el ligero instrumento y se lo llevó a la cara. Consiguió afeitar la la primera tira sin incidentes, pero cuando había comenzado la parte más pegada a la nariz el timbre del teléfono ocasionó el sobresalto de su padre lo que quedó traducido en una fina línea del brillante líquido bermellón.

- Ahora vengo, ya sabes lo que tienes que hacer con ese rasguño.- Dijo el padre saliendo por la madera de roble recientemente barnizada.

Pero Héctor no se movió. Ni un sonido salió por sus labios. Sólo miraba su reflejo. Un chico desgarbado y cubierto de espuma le devolvía la ansiosa mirada, las gotas de sangre comenzaban a resbalar por su mejilla. Hipnotizado, se acercó al espejo para verlas correr más de cerca. La belleza de sus brillos y su gama de color lo cautivó por completo, como nunca nada antes lo había hecho.

Como si formasen una hermosa melodía a la que le faltan notas, bailaban en su cara. Reclamándole más. Y la navaja volvió a hundirse en su carne. A lo lejos oía a su padre dicutir por el trabajo.Pero nada llamaba más su atención que aquellas cálidas gotas a las que no paraban de unirse más. La geometrización lineal de su cara parecía un epígrafe de las vanguardias.- Arte.- Susurró.

Y así continuó rajando cada uno de los puntos con los que su padre le había aconsejado extremo cuidado. Todo parecía tomar sentido. Incluso la languidez y despiste que lo caracterizaban habían desaparecido. El calor corporal latía con más fuerza que nunca en sus sienes y su pecho. Se sentía lleno cuanto más vacío se iba quedando. Cuando en la cara no le quedó más hueco, las líneas curvas esta vez fueron tomando su pecho. De vez en cuando arrastraba la llema del dedo por uno de los múltiples afluentes para agilizar el caudal. La sangre estaba empezando a caer al suelo y su padre pronto volvería al baño. El linóleo suelo blanco lo delataría todo, de eso estaba seguro.

Entonces no supo nunca si el mareo, la pérdida de sangre o simplemente esa misma, le empezó a llamar desde una arteria del cuello que latía desenfrenada. Sinuosamente surgía en la clavícula y el grosor indicaba toda una gran explosión artística.

Lo sacó de su ensimismamiento el grito horrorizado de su padre que miraba aquel espectro sanguinoliento desde la puerta. La cara a medio afeitar del viejo y sus múltiples venas sacaron el instinto animal más antiguo y torciendo el cuello en una posición analítica, se acercó lentamente al hombre que paralizado no podía desviar la mirada. En unos segundos de síntesis reconoció el chico todas las fuentes de sangre que veía frente a él y se abalanzó hundiendo la fina navaja con empuñadura de plata en el cuello de su padre.

Cuando estuvo satisfecho de su obra y seguro de que ya nadie le importunaría, se puso frente al espejo y silvando una suave melodía de AC/DC siguó el contorno de la vena que transportaba más cantidad de sangre al cerebro.

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