jueves, 12 de septiembre de 2013

Psiquis

El sonido de los pasos acercándose a la habitación hizo al anciano detenerse. Lentamente, con la tranquilidad propia de a quienes la prisa no les augura nada bueno, levantó la mirada del interesante libro que estaba leyendo y lo cerró, poniéndolo en la mesilla que tenía a su derecha. Mientras los pasos giraban la esquina del silencioso corredor se quitó los anteojos y comenzó a limpiarlos. Para ese momento ya asomaba por la puerta una rizada melena rubia que sonreía sin cesar.

- Hola abuelo - Dijo mientras se inclinaba a darle su beso matutino- ¿Cómo estás hoy?

- Un poco más muerto, cariño, ¿cómo voy a estar?

- ¡Como yo entonces! - Sonrió la chica.

-Algo así... Acércame esa maleta, ya sabes que no me dejan levantarme de la cama. -Contestó el viejo tediosamente.

La joven, de unos diecisiete años, se levantó de la esquina de la cama donde estaba sentada y atravesó la habitación de muebles de madera de roble para llegar a un imponente armario abierto de par en par. Allí cogió la pesada maleta, no más grande que un neceser, y se lo llevó por el otro lado de la cama de matrimonio. Dejándola caer bruscamente.

- Tssss, ten cuidado Mónica. Aquí guardo algo muy importante.

- ¿Qué es?- Preguntó abriendo los brillantes ojos- No será un cuchillo y me irás a trocear para luego esconder mis pedazos o convertirme en un horrocrux ¿no? No creo que mi madre se pusiese muy contenta contigo, lloraría... creo. - Dijo dejando entrever ese toque de crueldad morbosa que la caracterizaba desde niña.

- Aún no.

- Qué pena.

- Apaga la luz.

- No.

- Ve.

- Bueeeeeeno.

Fue lentamente hacia el interruptor, que se encontraba en el largo pasillo, y al pulsarlo, la lágrima que jugaba en su lagrimal, comenzó la carrera. Muchas trataron de seguirla, pero ella no se lo permitió. Su coraza infantil y desenfadada que mostraba con su abuelo, era lo más falso que había aspirado a crear. La enfermedad también la estaba matando a ella, o al menos a su ingenuidad. El dolor de verlo tumbado e incapacitado de usar sus piernas era lo que la hacía ver el mundo terrenal, el de fuera de esa habitación, un completo absurdo.

Entró volviendo a tener la careta. Jugando con la sonrisa como ella quería.

-Ahora ¿qué?

- Ahora déjale salir.- Mónica se quedó desconcertada unos segundos, los que tardó en escuchar el contínuo golpeteo que salía de la maleta.- No te hará daño, al menos a ti no.

-No quiero que te dañe a ti.- Pero se acercó a la maleta y se la llevó al oído. La maleta se iluminó produciendo un calor que la adormeció. El cosquilleo la recorrió desde las yemas de los dedos hasta el pecho. Donde pareció encontrar su lugar. Nunca había sentido algo tan placentero, y una paz la inundó como cuando eres pequeño y tu padre te lleva en brazos a la cama. - Uff, ¿Qué es esto, abuelo?- Ahora sus ojos estaban iluminados.

-Nunca se sabe lo que es, hasta que lo abres. Ahora escúchame bien. Voy a morir.No, no digas nada..- Dijo haciéndole cerrar la boca que había intentado decir algo. La habitación se oscureció como si el ocaso los hubiera sorprendido. - Todos morimos. Yo quiero morir. Y quiero que tú mueras. - La cabeza del que había sido un anciano hasta el momento empezó a alargarse y alargarse dejando a la vista un cráneo que desgarraba las entradas del cabello para salir con fuerza de todas las partes de la piel.

-¿QUE PASA? - Chilló histéricamente Mónica.- ¡ABUELAAA! ¡ABUEEELA! - Continuó chillando hasta llegar a la puerta, que se cerró de pronto, como si una corriente de aire la hubiese atrancado. Se giró entonces en redondo, intentando tantear y buscar un interruptor, pero sintió un racimo de huesos en forma de mano que se posaban en su hombro. - ¿Qué eres?- Le dijo girándose al incipiente cráneo vetado de sangre en el que se había convertido su abuelo.

- Lo que todos ansiamos ser. Sólo tengo que terminar de desprenderme de la piel, y tú me tienes que ayudar. Toma esta navaja, la piel se me esta cayendo, solo tienes que ayudarla. ¿Lo harás?- Imploraron unas oscuras cuencas que habían albergado los ojos.- Ya deja de temblar, soy yo. Ayúdame una última vez. Sino te tendré que matar a ti también.

Entonces el alargado esqueleto se sentó en el taburete forrado en terciopelo en el que solían sentarse las visitas y se quitó la bata que le hacía conservar su aspecto humano. Este acto le dejó a Mónica un paisaje desolador, la poca piel que quedaba en ese escabroso cuerpo estaba cayéndose y cubierta por gusanos peludos y morados, que devoraban sin parar los restos de su abuelo, engordando e hinchándose cada vez más. Mónica enloqueció de dolor y soltando alaridos contínuos hincaba una y otra vez la navaja y mataba a los insectos que explotaban derramando un intenso líquido rojo.

- ¡Así! ¡Así pequeña! - Reía a estridentes carcajadas el ser, que ahora se encontraba cubierto de sangre, carente de humanidad. La última carcajada se cortó en mitad, cuando Mónica le hincó la navaja en la cuenca del ojo izquierdo. -No pienses por ti misma, sólo haz lo que yo te ordeno. Ahora tira de las pieles con las manos.

 Y Mónica así lo hizo, el jirón más próximo era el que surgía de la clavícula, y se aferró a él con un deje de satisfacción. Entonces comenzó a tirar. Mientras tiraba no podía dejar de reír, la sangre salía a borbotones y le manchaba la camiseta, la cara, pero ella no paraba de quitarsela. Para cuando se dió cuenta ya estaba en el pié, y la piel se había convertido en un enorme gusano morado y verde que se enroscaba en su garganta.

-Ayúdame... - Intentó chillar entre forcejeos- Ay..u..  da - Susurraba entre exhalación y exhalación.

- Ya te estoy ayudando, cariño- Dijo la voz de su abuelo- Déjame terminar.- Cuando el gusano giró su cabeza y la dirigió a ella tenía también su cara.- Yo solo quiero el bien para ti, pequeña.- Y el eterno bicho que ahora inundaba la sala la apretó con más fuerza.

Desesperada, buscó con la mirada un hueco, un error en el que buscar una salida. Entonces vió el brillo de la hoja de la navaja suiza que su abuelo le había regalado cuando tenía seis años y la asió con fuerza. Hincarla la primera vez en el correoso cuerpo fue lo más difícil, las siguientes hendiduras casi fueron mecánicas, el corte de las patas fue placentero. Degollarlo... la sumió en un morboso éxtasis que jamás antes había sentido. Cuando dejó de escuchar el contínuo repiqueteo de un corazón que lucha, sonrió. Y entonces la luz volvió a la habitación. Ella comenzó a reír, y reír... como las sirenas de Ulises reía, y habría empezado a cantar de no ser por un doloroso lamento que retumbó por la habitación; la puerta estaba abierta. Una bandeja con lo que sin duda era una copiosa merienda resbaló rompiéndose en el suelo. El tintineo de los cubiertos hizo a Mónica volver a la realidad y mirar a su abuela que la miraba horrorizaba. Aunque ella no alcanzaba a saber por qué; acababa de salvar a su abuelo.

Entonces no tuvo más que mirar hacia abajo, y ver entre sus brazos el destrozado cadáver del anciano.

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