jueves, 27 de septiembre de 2012

Marionetas


Las manos volaban por el piano; parecía que sus dedos solo llegaban a rozar las teclas y como imantados hacían contorsionarse los sonidos sobre los elásticos cuerpos de las bailarinas, que, acompañadas por sus puntas trasladaban el ritmo por el parquet. Lo llevaban a todas y cada una de las esquinas, hasta el lugar más recóndito de la sala se llenaba de color gracias a ellas, al subir la pierna lanzaban la música al aire y el artista del piano la recogía para, renovada, volver a ponerla en juego.

 La penumbra no parecía molestarle y con los ojos cerrados, dejaba de ser persona para convertirse en un simple envoltorio de colores musicalizados. Todo empezaba a ir a su ritmo, las bailarinas, bellas marionetas de sus dedos, dejaban atrás esos pequeños fallos de postura y la limpieza minaba sus gestos, al unísono se movían y cambiaban de dirección al tempo del hombre-envoltorio. 

La rígida profesora, apostada hasta el momento en una esquina mientras miraba maravillada por encima de las gafas, dejó caer su vara como si a través del suelo le llegase el ritmo de pronto, y hasta este sonido se integró en la armonía del momento. Arqueándose en el aire entró a formar parte del todo pasó a ser otra marioneta y se fusionó, llena de vida,con sus alumnos. El piano avanzó a un ocho por cuatro y cada corchea era atrapada por los bailarines, con un simple gesto. El extraño hombre parecía temblar y, en éxtasis pleno, se levantó tirando hacia atrás el banco y comenzó a deslizar sus pies por el parquet como si de sus dedos en las teclas se tratase. La velocidad brillaba en el ambiente, nota a nota, gota de sudor por color en los musicalizados cuerpos. Una última escala al tempo para pasar a un "mezzo piano" y todo volvió a ralentizarse, las notas salían al aire cada vez con menos frecuencia y los colores que inundaban la sala se iban recogiendo hacia el instrumento a la vez que los bailarines iban volviendo en sí.

 Al tocar la última tecla, el "do" sumió la sala en penumbra. El músico, volviendo a ser persona, se colocó su sombrero y salió lentamente de la habitación, recogiendo el poco ritmo que había quedado. Al cerrarse la sala solo quedaban las bailarinas rendidas en el suelo, mirando el reflejo de su vaciez en los espejos, fatas de vida; les acababan de cortar los hilos. 

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