Ella solo corría Sólo eso. Un pie se levanta, la rodilla le continúa
el movimiento, el otro lo iguala al posarse el anterior en el suelo... Ya sabéis; correr. De qué corría no importa, en absoluto. ¡Es el echo de correr! ¿Qué implica? Bueno lo importante es que el movimiento la dominaba totalmente y todo lo provocaba la angustia. Maldita y amada angustia. La calle pasaba

Las lágrimas acudieron a ella sin dejarle terminar su teoría, allí, en medio de ningún sitio, cerca de un rosal que parecía reirse de ella con su belleza se dejó caer sobre sus rodillas
y se quedó en cuclillas esperando a que todo pasase, la música al mayor volumen posible no la dejaba oírse ni a si misma y uno tras otro los sollozos medio ahogados formaban un charco de lágrimas a sus pies. Pero la angustia no cesaba, sus manos estaban como agarrotadas y la mente en su eterna incomprensibilidad le sugirió el dolor. Dolor físico para suplantar al psíquico, siempre evitando el mal mayor. Sin pensar, sin parar, su propio puño se separó del suelo y se dirigió con fuerza a su cabeza, el golpe la hizo tambalearse pero no paró; todo es preferible a la necesidad. Uno tras otro los puñetazos golpeaban su cuerpo y disolvían la presión mental en una mínima proporción a lo deseado, lo suficiente para que el dolor la dejase ponerse en pie. Cómo un camino lleno de pinchos que te promete un futuro mejor, la guió andando hacia un muro dónde su puño, cerrado, mente en mano. se apretó contra el grisáceo cemento y siguió andando dejando su propio rastro de psicótica sangre roja.

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