
Mi corazón extasiado al ver que lo conseguía, que los sonidos se armonizaban en vuestras mentes, que era capaz de manejaros, que todo sucedía a mi ritmo, hinchado de orgullo reía; todo parecía tan facil desde allí. Treinta pares de ojos se entornaban cuando yo lo pedía, treinta entrecejos se curvaban con una palabra, preocupados. Lo recuerdo todo tan nítido; el contínuo asentir de la profesora a mi lado, que murmuraba mis palabras, las cuales se había aprendido de memoria, el momento en el que el aula entera contuvo la respiración y al terminar, lentamente el texto, alzando los ojos... los vi. Lo vi todo tan claro, me sentí como el flautista de Hamelín, parecía que si en ese momento tiraba el papel por la ventana todos saltarían tras él, la melodía que sonaba en el ambiente me enamoró. Me hizo querer una y mil veces aquello.
Me creáis o no, todo era un tornado de colores que yo movía a mi antojo, suave y lentamente, casi sin que se dieran cuenta, sin que su voluntad o su mente tomase parte en ello, les hacía danzar, balancearse, temblar, y allí justo en medio estaba yo. Pero no, no era yo, eran mis palabras, que también a mi me habían atrapado.
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