martes, 13 de diciembre de 2011

Blanco

El teléfono seguía trayéndome su voz aunque él lo creía colgado. Retazos de su conversación con ella llegaban a mis oídos y los hacían sangrar.
"¿Quedamos?-Dijo él- No, Mara no sabe nada ¿te crees que soy tonto? Piensa que estoy estudiando con Hugo, como hacíamos hasta hace poco, realmente no le he mentido. -Sólo le oía a él supongo que hablaría por el móvil- Venga echo a este de aquí y te vienes... Vale, te espero."
Yo seguí escuchando como echaba a uno de sus mejores amigos, como tantas veces había hecho para que YO me fuera con él... ahora mi corazón sangraba.
Estuve dudando diez minutos, ¿voy? ¿no voy? No sabía que hacer, por un lado la realidad estaba en frente mía y me chillaba con todas sus fuerzas, tanto que mis manos no podían ni desplazarse a tapar mis oídos para no escucharla y mis ojos no conseguían cerrarse aunque yo no quería verla.
Al final tuve que ir, lo sabía desde el principio, sabía que su hermanita estaría esperando al profesor particular y que sus padres no estaban, como cada jueves... ¿hoy era jueves? Como el día que me pidió salir. Al recordarlo unas lágrimas por poco y se me escapan.
Me levante del suelo dónde yo había caído inconscientemente y lentamente empecé a andar, no tenía ninguna prisa. En esos momentos la calle que yo ansiaba eterna so tornó efímera, como si de un niño pequeño se tratase todo a mi alrededor me negaba mis anhelos y los ponía en mi contra. La expresión tempus fugit dejó de tener sentido para mi mientras las farolas se sucedían veloces unas detrás de otras haciéndome ser un claroscuro de mi misma. Y mientras no pensaba nada, no sentía nada absolutamente... creo que en ese preciso momento mis sentimientos murieron para siempre, todos los colores se marcharon dejando en mí al angustiosos blanco, el vacío tan enorme que yo sentía no me dejaba ni pensar el camino, ni una ruta alternativa para tardar más, parecía que mi orgullo (si es que tenía) a trabes de mis extremidades lo tenía todo planeado y pensaba llevarlo a cabo con o sin mi consentimiento. Habían pasado veinte minutos y llegué a esa farola que no alumbra ,bajo la cual tantas veces nos habíamos dado el último beso del día, desde allí vislumbré pequeñas partes de la calle, la verja de la casa lujosa, los coches reflejando la poca luz que les llegaba y un gato, o más bien sus ojos, que tenía ese estar tranquilo tan propio de esos animales con el que yo, ahora, me sentía identificada.
Seguí andando sin pausa bajo aquella triste luna y llegué a su puerta, negra, fría, carecía de sentimiento y con esos pinchos en los que su forma terminaba, que fea. Entré, estaba abierta y subí peldaño a peldaño sin hacer ruido hasta llegar a mi siguiente obstáculo; su hermanita.
"Clara... shh... aquí Clara- Mi boca emitía los sonidos sin que realmente nada se lo hubiese consultado a mi cerebro- No hagas ruido que le quiero dar una sorpresa a tu hermano, ábreme la puerta muy lentito ¿Vale?"
La pequeña así lo hizo y siguiendo mis instrucciones volvió al sofá y se conectó de nuevo a la televisión. Los peldaños volvieron a sucederse bajo mis pies a la luz de una bombilla que colgaba del techo, así llegué al inhóspito descansillo y me encontré en frente de la ultima oportunidad de mandar a la mierda a la verdad, pero mi mano no me dejó pensar y aferró el pomo girándolo lentamente.
Un bulto enorme se retorcía bajo la cama al compás de las risas que inundaban la habitación, me acerqué lentamente y agarré la manta y con una fuerza que no sé de donde salió tiré de ella. Así se mostró ante mi la mentira, la vileza, el amor no correspondido; desnudo y aferrando otro cuerpo.
No supe que decir, mi mirada lo decía todo y más pero como temía que no lo entendiese dije: "Podéis seguir, ya nada os impide que lo hagáis sin tener que esconderos. Adiós Héctor, espero que tu me hallas amado, antes de esto, tanto como yo te amo a ti"
Un leve beso que no pude evitar se posó en sus labios e intenté transmitirle en seis segundos todo lo que quería decirle aunque fuera muy sintetizado, como si de un cartel se tratase.
Hubo súplicas, claro que hubo. Hubo excusas, a montones. Pero mis oídos ya no creían nada y mi corazón alzó un muro que nada era capaz de traspasar... todo blanco.
Transcurrieron los tres peores días de mi vida, bajo una manta, en un rincón de mi cuarto, en una bañera... mi mirada siempre se encontraba perdida y ni yo sabía a donde se dirigía, solo que todo era blanco. No, no brotaron lágrimas de mis ojos, pero ¿cuanto lloró mi corazón? Ni yo lo sé, sabía que sufría pero como si yo no fuera ella, yo me veía desde fuera, me compadecía, me odiaba, me repelía, me veía sufrir, retorcerme de dolor por dentro, pero yo no sentía dolor ninguno.
Al terminar este período, me levante con los ojos vacíos y empecé a caminar, mis pies no dejaron de moverse hasta lo que a mi me parecieron años, pero pocos años, insuficientes para mí. Se pararon delante de nuestro lugar, un acantilado precioso, vallado para que no pudiese entrar nadie, ahora comprendía el por qué. Una pierna tras otra y ya estaba al otro lado, rodeada de pequeñas flores y con la furia del mar frente a mi. Sentí su forma de ser, su olor, su presencia, su risa y su llanto, sus lágrimas cayeron sobre mí de repente, traidas por una ola, el mar me comprendía. Y salté.
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3 comentarios:

  1. Verdaderamente me ha parecido bestial esta entrada. Me has hecho verlo con mucha claridad y me has transportado a esa farola, como también, a ese acantilado, donde yo permanecía escondida mientras saltabas... En una palabra al igual que tu nombre... Maravilloso.

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  2. Sin duda yo también encuentro este relato maravilloso. Al principio no lo entendía muy bien, pero poco a poco fui entendiéndolo todo. Es bestial, felicidades.

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  3. Bueno muchas gracias a las dos, me alegro de que os guste ^^

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